En los 20 años que llevo en este sector, nunca he sido amigo de escribir sobre los temas de actualidad al respecto de las residencias de mayores, que para eso están los representantes de unos y otros. Lo mío siempre ha sido trabajar discretamente pero, el Covid-19, ha cambiado hasta esto; y es que no puedo permanecer silente ante lo que he tenido que vivir en primera persona, junto con mi equipo, y al igual que tantas otras personas que nos dedicamos a trabajar para los mayores y sus familias.
Otra cosa que jamás he hecho ha sido hablar de política y, aunque es grande la tentación, esto sí que lo voy a mantener.
Dicho esto, quiero contaros por qué el título ?Lágrimas de impotencia? para este artículo:
Porque para mí, esa ha sido la foto que guardaré en mi memoria de estos meses de caos y frustración. Porque he tenido que ver cómo personas muy cercanas, grandes profesionales, con decenas de años de experiencia, curtidas por el humo de mil batallas y curadas de casi todos los espantos imaginables, lloraban como bebés ante la impotencia y la rabia de ver cómo muchos abuelos morían en las residencias y en sus casas; cómo otros se veían empujados a la calle, con una mano delante y otra detrás; o como otros sufrían una soledad aterradora viendo como su amor de toda la vida se consumía poco a poco sin que nadie hiciera nada por ayudarles y sin poder acudir a sus seres queridos.
Pero esas lágrimas que yo he visto no son más que un pequeño afluente del torrente de llanto que se ha vertido en nuestro sector durante la época más cruda de esta pandemia, porque ha sido todo un ejército de profesionales los que han visto impotentes cómo todos sus esfuerzos apenas lograban contener una pequeña grieta en un gran muro que se derrumbaba por todas partes.
Mucho se ha dicho de los sanitarios de los hospitales públicos que ha estado en primera línea de fuego y de su enorme esfuerzo y entrega, sin duda, digno de loa y admiración. Sin embargo, muy poco se ha dicho de ese otro contingente de infantería que cubría los flancos de la batalla, sin medios y ?a pecho descubierto?: los profesionales de las residencias de mayores y de la ayuda a domicilio; que también han plantado batalla al virus, por lo menos, con el mismo esfuerzo y entrega que los primeros, solo que sin el reconocimiento de casi nadie.
Por último, y no por ello menos importante, casi todo el mundo ha pasado por alto, una vez más, la inmensa labor de otra unidad insustituible de nuestras fuerzas de choque: el colectivo del Trabajo Social, un verdadero ?Ejército invisible?. Un ejército que, además, será la única línea de defensa ante lo que, desgraciadamente, dejará la post-pandemia, en forma de crisis económica y social que afectará, como siempre, a los más débiles.
Con todo lo visto, lo hablado, lo escrito o lo publicado, no puedo evitar tener una sensación de frustración porque, lejos de apreciar en su justa medida el ingente esfuerzo y trabajo de toda esa gente que se ha dejado la piel por los mayores, se ha denostado su labor, incluso, su propia razón de ser y su naturaleza misma? y eso, sencillamente, no es justo.
Pero como soy una persona enormemente positiva, sinceramente, creo que estamos ante una oportunidad única de ?extraer oro de entre el barro?. Creo firmemente que, tras esta tempestad, el cielo despejado permitirá que la sociedad en general vea una realidad, hasta ahora, escondida.
Porque los servicios sociales en general y, los dedicados a mayores en particular, son una realidad que, nos guste o no, es muy necesaria en nuestro tiempo y, además, hacen una labor más que digna, con profesionales capaces, entregados y vocacionales. Y yo, como responsable de un magnífico Equipo de Trabajo Social, no puedo, ni quiero, dejar de rendirles mi modesto homenaje.
Por supuesto que habrá que tomar buena nota de lo ocurrido, aprender lecciones valiosísimas y hacer mejoras para que no nos vuelva a coger el toro con cuernos en forma de corona; y por supuesto que ha habido indeseables que han hecho las cosas mal y que no merecen el honor de pertenecer a este ?cuerpo de élite?, a los que debemos expulsar, sin paliativos, de este sector, porque sólo hacen que manchar el buen hacer del resto, que sí tenemos pasión por nuestro trabajo.
En definitiva, anhelo que este sector de atención social en el que trabajo y al que dedico todo mi esfuerzo, pueda verse investido del prestigio social que merece por derecho propio.
Para conseguir este objetivo no olvido que gran parte del trabajo lo tenemos nosotros mismos, faltaría más, y de hecho empiezo por apelar al sector mismo. Que no se deje pasar esta oportunidad para ganar la confianza social: dejando a un lado el individualismo, aparcando discrepancias y llegando a buenos acuerdos en beneficio, como siempre, de todos los mayores.
Pero también reclamo que la sociedad, las administraciones y los medios de comunicación nos deis la oportunidad de hacerlo, de darnos a conocer, de acercarnos a vosotros sin prejuicios y que nos dejéis mostraros que tenemos una cara amable.
Y, sobre todo, te pido que tú, que estás leyendo esto, nos des el primer voto de confianza, nos mires sin recelo y nos sigas, aunque sólo sea de vez en cuando? quizá, incluso te sorprenda de lo que somos capaces ;)
Juan Ramón Arroyo
Director General
MundoMayor