Torre de Babel Ediciones, en su Vocabulario de la Economía, define impuesto como:
[?] La cuota con que ha de contribuir la riqueza de los particulares a la satisfacción de las necesidades del Estado. El derecho de exigir ese concurso económico y la obligación de prestarle, indicados ya en el nombre que recibe, se fundan en que, constituyendo el Estado una asociación, ha de ser mantenido por sus miembros, y en que, siendo comunes los fines que realiza, todos deben ayudar a su cumplimiento.
Aunque sabemos que éstos son la base del sostenimiento de muchos de los servicios públicos que disfrutamos por el hecho de ser ciudadanos de un país o región, no somos muy amigos, en general, de lo que implican para nuestros bolsillos.
Los tributos o impuestos se han pago siempre a lo largo de la historia, adatándose éstos al momento y las circunstancias de la cada época. Así que, por más absurdos o descabellados que os parezcan los que vamos a enumerar a continuación, hay que ponerlos en contexto.
Impuesto sobre la orina.
En el siglo I el emperador Vespasiano decretó un impuesto sobre la orina, que se recogía para fabricar el dentífrico de la época, como blanqueador en las lavanderías y como material por los curtidores.
Impuesto de la soltería.
Cuando Augusto tomó las riendas de la República decretó una serie de leyes para recuperar la familia tradicional como institución básica de su nueva Roma, y entre ellas estaba el "Aes Uxorium", un tributo que penalizaba la soltería. Obviamente, una vez casado, se dejaba de pagar este impuesto.
Impuesto sobre los sombreros. En Reino Unido, durante el siglo XVIII, se creó un impuesto que debía pagarse por cada uno de los sombreros, no por llevarlo. El pago se acreditaba mediante un sello que se ponía en la parte interior. Aunque era un simple método para recaudar dinero era justo porque se vinculaba con la riqueza: los pobres tenían uno o ninguno, y los ricos varios.
Impuesto sobre la barba. En el siglo XVI, Enrique VIII, el rey de Inglaterra, estableció el impuesto que debían pagar los que llevasen barba. Lógicamente era sencillo librarse de pagar este impuesto afeitándose. Aun así, muchos decidieron llevar la barba y pagar por el mero hecho de pagar. A caballo entre la vanidad y la opulencia, llevar barba era una señal de ser tan rico que podías permitirte ese lujo.
Impuesto sobre las barajas de naipes. En Inglaterra, desde el siglo XVII hasta mediados del XX, las fabricantes debían pagar un impuesto por las barajas. Para controlar que una baraja había pagado el impuesto se ponía un sello en uno de los naipes. Hasta 1718 en cualquiera, pero a partir de ese año se estableció que debía sellarse la primera carta de la baraja, el As de Picas.
Impuesto sobre el celibato. Con el descubrimiento de oro en el río Fraser en 1858 llegaron muchos chinos a Canadá. Los que llegaron con la fiebre del oro se sumaron a los 15.000 trabajadores que habían sido contratados para completar la construcción del ferrocarril en la Columbia Británica. Cuando terminaron las obras, emigraron a otras provincias en busca de trabajo, y el gobierno canadiense entendió que ya había muchos y que debía limitar su llegada aplicando un impuesto: en 1885 era de 50 dólares por persona, en 1900 de 100, en 1903 se incrementó a 500... hasta que 1923 se promulgó la llamada Ley de Exclusión de los Chinos, que prohibió a los inmigrantes chinos entrar a Canadá.
¿Te imaginas tener que pagar hoy día por alguna de las cosas anteriores?
Ref.: eleconomista.es/historia