Observamos cómo la actividad puede influir en la gestión del dolor en este grupo demográfico y ofrece recomendaciones sobre cómo abordar este desafío de manera efectiva para mejorar la calidad de vida de los adultos mayores.
Se estima que en España un 17% de la población sufre dolor crónico. Este porcentaje supera el 50% entre los mayores de 65 años.
El dolor crónico se define como ?el dolor que se dura de 3 a 6 meses desde su aparición, o que se extiende más allá del período de curación de una lesión tisular, o está asociado a una condición médica crónica.?
Mantenerse activo se describe como un elemento central del envejecimiento activo o saludable, así como importante para la calidad de vida. A menudo es, además, una parte fundamental de las estrategias de manejo del dolor.
La evidencia sugiere que las personas mayores que viven con dolor tienden a reducir o alterar sus actividades físicas y sociales. Esta minoración de la actividad a menudo se explica como consecuencia del miedo de este grupo poblacional a las lesiones o al movimiento, y que resulta en discapacidad y angustia por parte del mayor.
Mucha literatura se ha centrado en describir las formas en que las personas que viven con enfermedades crónicas se adaptan a una vida con dolor, pero relativamente pocos estudios informan de las justificaciones de las personas mayores para reducir su movilidad.
Comprender las razones que llevan a estas personas mayores a limitar e incluso evitar la actividad no es simplemente una cuestión de afirmar que el dolor causa limitaciones, es necesario comprender las decisiones razonadas que toman estos mayores.
Esto es fundamental para el diseño de intervenciones apropiadas y aceptables que tengan como objetivo proporcionar un mejor manejo del dolor para las personas de edad avanzada.
La Oxford University Press en nombre de la British Geriatrics Society publicó hace algún tiempo un estudio cuyo objetivo era investigar las razones por las cuales las personas mayores ajustan sus niveles de actividad cuando viven con dolor crónico.
Participaron 31 personas de entre 3.300 adultos entrevistados, los cuales se ajustaban a los parámetros del estudio. Los criterios de exclusión para la encuesta incluyeron diagnóstico de cáncer y deterioro cognitivo significativo.
La muestra definitiva para llevar a cabo este estudio quedó finalmente conformada por 15 hombres y 16 mujeres de entre 67 y 92 años que tenían dolor crónico de entre 1 y 45 años de evolución.
En la tabla siguiente se pueden ver los datos recogidos para la realización del estudio. Los nombres son ficticios.
Nota: Las personas que formaron parte del estudio vivían fuera del ámbito residencial.
¿Qué llevaba a estas personas a limitar su actividad?
Los participantes expresaron su deseo de mantener una forma de vida independiente durante el mayor tiempo posible, por lo que decían ser cuidadosos y evitar o restringir la actividad que desencadenaba el dolor, como forma de salvaguardar esa autonomía.
Muchos participantes mostraron aversión a los tratamientos convencionales, incluidos los medicamentos para el dolor y la cirugía, de tal modo que para evitar pasar por ese trance limitaban las actividades de les producían o incrementaban el dolor.
Consecuencias psicosociales
Algunos relatos de los participantes también demostraron los esfuerzos significativos para perseverar en las actividades, particularmente las que se consideran esenciales en términos de autonomía personal. No obstante el dolor crónico era considerado como un factor limitante normalizado y racionalizado en estas personas.
A pesar de la asunción de estos cambios discapacitantes por el proceso doloroso asociado a la edad y su autoimpuesta reducción de la actividad, muchos reconocieron que la pérdida de contacto social y la limitación física eran una gran fuente de frustración y angustia.
En resumen
Este estudio indica que la restricción autoimpuesta de la actividad es un elemento racional impuesto por las propias personas mayores para prevenir más dolor, la discapacidad asociada y una posterior intervención médica. Estos esfuerzos buscan salvaguardar al individuo del declive y preservar su autonomía. Sin embargo, puede resultar paradójicamente en su declive, ya que reducir o detener la actividad tiene el potencial de conducir al desacondicionamiento, una mayor discapacidad y más aislamiento social.
Estos hallazgos están en consonancia con el modelo de evitación del miedo, que describe cómo la evitación de la actividad tiene una función adaptativa, pero puede ser problemática a largo plazo. Se trata de un modelo cognitivo-conductual racional de evitación de actividad dentro del cual las personas alteran el comportamiento porque temen el dolor y la (re) lesión.
En este trabajo se presentan las razones que dan las personas mayores para alterar su actividad y muestra cómo la restricción de la actividad puede resultar paradójicamente del deseo de preservarla.
Es probable que el éxito de las intervenciones para mantener o aumentar la actividad y la participación, dependa de los desafíos que enfrentan las personas mayores con dolor crónico. Esto requiere que reformulemos el comportamiento aparentemente paradójico y veamos a las personas mayores como agentes activos que participen en los procesos de toma de decisiones que les afectan.
Puntos clave
- Las personas mayores que experimentan dolor pueden limitar o restringir la actividad social y física.
- La restricción de la actividad se considera un medio necesario para prevenir el dolor y la (re) lesión, pero amenaza la autonomía.
- Aunque la restricción puede normalizarse y racionalizarse dentro del contexto de la edad avanzada, existen tensiones psicoemocionales cuando se experimentan pérdidas resultantes de una actividad restringida o limitada.
- Las intervenciones para aumentar la actividad en las personas mayores con dolor crónico deben tener en cuenta estas preocupaciones.
Ref.: academic.oup.com